Dios ha dado a los hombres facultades y capacidades. Dios obra y coopera con los dones que ha impartido al hombre, y el hombre, siendo partícipe de la naturaleza divina y realizando la obra de Cristo, puede ser vencedor y obtener la vida eterna.
El Señor no tiene intención de hacer la obra para cuyo cumplimiento ha dado facultades al hombre. La parte del hombre debe ser realizada. Debe ser un colaborador de Dios, llevando el yugo con Cristo, y aprendiendo de su mansedumbre y humildad. Dios es el poder que todo lo controla. El otorga los dones; el hombre los recibe y actúa con el poder de la gracia de Cristo como un agente viviente. "Vosotros sois labranza de Dios" (1 Cor. 3: 9).
El Señor no tiene intención de hacer la obra para cuyo cumplimiento ha dado facultades al hombre. La parte del hombre debe ser realizada. Debe ser un colaborador de Dios, llevando el yugo con Cristo, y aprendiendo de su mansedumbre y humildad. Dios es el poder que todo lo controla. El otorga los dones; el hombre los recibe y actúa con el poder de la gracia de Cristo como un agente viviente. "Vosotros sois labranza de Dios" (1 Cor. 3: 9).
El corazón debe ser labrado, mejorado, arado, rastrillado y sembrado a fin de producir su fruto para Dios en buenas obras. "Vosotros sois edificio de Dios". No podemos edificar por nosotros mismos. Hay un Poder fuera de nosotros que tiene que edificar la iglesia, poniendo ladrillo sobre ladrillo y cooperando siempre con las facultades y aptitudes dadas por Dios al hombre. El Redentor debe hallar un hogar en su edificio. Dios obra y el hombre obra.
Es necesario que continuamente se reciban los dones de Dios, para que pueda haber una entrega de estos dones con la misma liberalidad. Es un continuo proceso de recibir y devolver. El Señor ha provisto que el alma 26 reciba alimento de El, a fin de que sea nuevamente entregado en la realización de sus propósitos. Para que haya sobreabundancia, tiene que haber una recepción de divinidad en la humanidad. "Habitaré y andaré
entre ellos" (2 Cor. 6: 16).
entre ellos" (2 Cor. 6: 16).
El templo del alma ha de ser sagrado, santo, puro e inmaculado. Debe haber una coparticipación, en la cual todo el poder es de Dios. La responsabilidad reside en nosotros. Debemos recibir en pensamientos y en sentimientos, para dar en expresión.
La ley de la actividad humana y divina hace del receptor un obrero juntamente con Dios. Lleva al hombre a la posición donde puede, unido con la divinidad, hacer obras de Dios. La humanidad toca a la humanidad. La combinación del poder divino y el agente humano será un éxito completo, porque la justicia de Cristo lo realiza todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario