Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra. Hechos 1:8.
…sentí regocijo de ver entre los conversos a tantos
jóvenes de ambos sexos con corazones suavizados y subyugados por el amor de
Jesús, que reconocían la buena obra llevada a
cabo por Dios en su corazón.
Fue realmente una preciosa
ocasión. “Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se
confiesa para salvación”. Romanos 10:10.
No permita Dios
que estas almas pierdan
alguna vez el calor de su primer amor, que por el orgullo y el amor al
mundo, una frialdad desconocida llegue a tomar posesión de su mente y su corazón.
Es
esencial que los que acaban de aceptar la
fe tengan un sentido de su obligación hacia Dios, quien
los ha llamado a conocer la verdad y ha llenado su corazón con su sagrada paz, para que puedan ejercer una
influencia santificadora sobre todos aquellos con quienes se relacionen. “Vosotros
sois mis testigos, dice Jehová”. Isaías 43:10.
A cada cual
Dios le ha confiado una tarea: Dar a conocer su salvación al mundo. En la religión verdadera no hay egoísmo ni
exclusividad.
El evangelio de Cristo es expansivo y agresivo. Se lo describe como la sal de la tierra, como la levadura
transformadora, como la luz que alumbra en lugar oscuro.
Es imposible que
alguien retenga el amor y el favor de Dios, y disfrute de comunión con él, y no sienta responsabilidad por
las almas por las cuales Cristo murió, quienes se
encuentran en el error y las tinieblas y perecen en sus pecados.
Si
los que profesan ser seguidores de Cristo no resplandecen como luminarias en el
mundo, el poder vital los abandonará y se volverán fríos y sin la semejanza de
Cristo.
El
embrujo de la indiferencia se apoderará de ellos, junto con una mortal pereza espiritual,
que los convertirá en cadáveres en lugar de representantes vivientes de
Jesús.
Todos
debemos levantar la cruz, y asumir con modestia, humildad y sencillez intelectual los
deberes que Dios nos asigna, para realizar esfuerzos personales en favor de los que nos rodean y
necesitan auxilio y luz.
Todos los que acepten estos deberes gozarán de una experiencia rica y variada, su propio corazón irradiará fervor, y serán fortalecidos y estimulados para hacer esfuerzos renovados y perseverantes con el fin de obrar su propia salvación con temor y temblor, porque Dios es quien obra en ellos tanto el querer como el hacer según su buena voluntad.
The Review and Herald, 21 de julio de 1891. Ver Cada Día con Dios, 211.
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