01. NACIDOS DE NUEVO.
Respondió Jesús y le
dijo: De cierto, de cierto te digo,
que el que no naciere de nuevo, no puede
ver el reino de Dios.
(Juan 3: 3).
"Venga tu
reino. Hágase tu voluntad, como en el
cielo, así también en la tierra" (Mat. 6: 10). Durante toda su existencia Cristo tuvo el
propósito de dar a conocer la voluntad de Dios, tanto en la tierra como en los
cielos. Dijo: "El que no naciere de nuevo, no puede
ver el reino de Dios... El que no naciere del agua y del Espíritu, no puede
entrar en el reino de Dios. Lo que es
nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es"
(Juan 3: 3, 5, 6).
Para entrar a su
reino Cristo no reconoce como necesaria la pertenencia a ninguna casta, color o
nivel social. La admisión no depende de
la riqueza o de la superioridad del linaje.
Todos los que nacen del Espíritu son súbditos. Es el carácter espiritual lo que Cristo
valora. Su reino no es de este mundo, y
sus súbditos son los que participan de la naturaleza divina, "habiendo
huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia". Es Dios quien nos concede dicha gracia.
Cristo no encuentra a
sus súbditos ya preparados para su reino; los hace aptos mediante su poder
divino. Es la vida espiritual la que
vivifica a los que están muertos en transgresiones y pecados. Las facultades que Dios da para propósitos
santos son refinadas, purificadas y exaltadas.
De este modo sus seguidores son guiados para formar un carácter a la
semejanza divina. Aunque no hayan usado
bien sus talentos y por ser desobedientes se hayan hecho siervos del pecado, e
incluso Cristo haya sido para ellos piedra de tropiezo y roca de agravio a
causa de haber tropezado en su Palabra, sin embargo, gracias a la atracción de
su amor, al fin son conducidos a la senda del deber.
Cristo dijo:
"He venido para que tengan vida, y para que la tengan en
abundancia" (Juan 10: 10).
Jesús es la luz de la
vida e infunde su Espíritu a los que se dejan atraer con su poder
invisible. Al rechazar su servidumbre al
pecado, y al entrar en la atmósfera espiritual, pueden captar que han sido el
pasatiempo de las tentaciones de Satanás, que han estado bajo su dominio, y que
felizmente lograron quebrar el yugo de la concupiscencia de la carne. Satanás hace lo imposible para
retenerlos. Los asalta con muchas
tentaciones, pero el Espíritu actúa con el propósito de renovar la imagen que
Dios creó en ellos. Review and Herald, 26 de marzo de 1895. 43
02. ELEGIDOS PARA LA SALVACIÓN.
Según nos escogió en
él antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha
delante de él. (Efesios 1: 4).
En virtud de la
gracia de Cristo y de la obra del Espíritu Santo, por fe debemos creer que
somos elegidos por Dios para la salvación.
Alabemos y glorifiquemos al Señor por tan maravillosa manifestación de
su inmerecido favor. Es el amor de Dios
lo que nos lleva a Cristo para ser recibidos en su gracia y presentados a su
Padre. Entonces, en virtud de la obra
del Espíritu Santo se renueva la divina relación entre Dios y el pecador. Él dice: "Y me seréis por pueblo, y yo
seré vuestro Dios. Ejerceré mi amor
perdonador en favor de ustedes, les daré mi gozo y, además, serán mi especial
tesoro. Este pueblo que formé para mí
mismo, públicamente me alabará" (véase Jer. 30: 22; 31: 1-33).
Cristo está llamando
a sus hijos y es de nuestro interés presente y eterno escuchar su
invitación. Jesús dijo: "No me elegisteis vosotros a mí, sino
que yo os elegí a vosotros" (Juan 15: 16).
Todos los que desean ser conocidos como hijos de Dios deben responder al
ofrecimiento, y ponerse en una situación donde la luz celestial pueda iluminarlos. Así podrán saber lo que significa ser oidores
y hacedores de las palabras de Cristo, la luz del mundo, y ser aceptos en el
amado.
Dios ya hizo todo lo
que podría hacer para garantizar la salvación.
En un sólo don puso todos los tesoros del cielo. Él invita, y también suplica e insta. Pero nunca fuerza a los que llama. Espera la cooperación y aguarda el
consentimiento de la voluntad con el fin de conceder al pecador las riquezas de
su gracia, que están reservadas para el creyente desde la misma fundación del
mundo... Él Señor no proyectó neutralizar al poder humano, sino que éste,
cooperando con Dios, pueda hacer que el hombre llegue a ser un agente más
eficiente en sus manos. Aunque débil,
falible, frágil, pecador e imperfecto, el Señor le ofrece el privilegio de ser
copartícipe en su obra.
The Messenger, 26 de abril de 1893. 44
03. UN TEMPLO PARA EL ESPÍRITU.
¿O ignoráis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu
Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois
vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en
vuestro espíritu, los cuales son de Dios. (1 Corintios 6: 19, 20).
Un poder ajeno y
superior al hombre debe actuar sobre él para que en la edificación del carácter
se utilicen materiales sólidos. Dios
habita en el santuario del hombre.
"¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios
viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y
ellos serán mi pueblo" (2 Cor. 6:
16). "¿No sabéis que sois templo de
Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyera el templo de Dios, Dios
le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo
es"
(1 Cor. 3: 16, 17).
"Porque por
medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al
Padre. Así que ya no sois extranjeros ni
advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de
Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la
principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien
coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien
vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el
Espíritu" (Efe. 2: 18-22).
El hombre no puede
hacer de sí mismo un templo, a menos que se valga de la cooperación de
Dios. El Señor tampoco puede hacer nada
si la voluntad humana no se une con la del Omnipotente. Siendo que Jesús es el principal obrero, el
agente humano debe trabajar con él para que se pueda completar el edificio celestial. Todo el poder y la gloria pertenecen a Dios,
mientras que toda la responsabilidad descansa en el agente humano. Dios no puede hacer nada sin la cooperación
del creyente.- Review and Herald, 25 de octubre de 1892. 45
04. PARTICIPANTES DE LA NATURALEZA DIVINA.
Por medio de las
cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas
llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la
corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. (2 Pedro 1: 4).
Un cristiano fuerte
es quien tiene a Cristo formado dentro, la esperanza de gloria. Ama la verdad, la pureza y la santidad. Gracias a su amor a la Palabra de Dios, su
vitalidad espiritual lo lleva a buscar la comunión con los que viven en armonía
con ella, a fin de poder captar cada rayo de luz que Dios comunica para revelar
a Jesús, con el propósito de hacerlo más precioso para el creyente. El que tiene una fe sólida halla que Cristo
es la vida del alma, y que para él es como una fuente que brota para vida
eterna. Así, con placer, somete todo
poder personal a la obediencia a Dios.
El Espíritu, con su influencia
vivificante, guardará a ese creyente en el amor de Dios.
A los cristianos se
les escribe: "Gracia y paz os sean
multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida
y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento
de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos
ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser
participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay
en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda
diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud,
conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a
la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal,
amor. Porque si estas cosas están en
vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al
conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.
Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego,
habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados. Por lo cual, hermanos, tanto más procurad
hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no
caeréis jamás. Porque de esta manera os
será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y
Salvador Jesucristo" (2 Ped. 1: 2-11). Review and Herald, 11 de diciembre
de 1894. 46
05. ARCILLA EN MANOS DEL ALFARERO.
Y la vasija de barro
que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según
le pareció mejor hacerla. Entonces vino
a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿no podré yo hacer de vosotros como este
alfarero, oh casa de Israel?, dice Jehová.
He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en
mi mano, oh casa de Israel. (Jeremías 18: 4-6).
Dejo mi pluma y elevo
mi ser en oración para que el Señor dé aliento y vida a su pueblo que, por ser
apóstata, se parece a huesos secos. El
fin se acerca furtiva, silenciosa e imperceptible, como los pasos del ladrón
que de noche sorprende a la guardia que no vela. Deseamos que el Señor conceda su Santo
Espíritu a los ociosos, para que no sigan durmiendo como los demás; que sean
sobrios y estén alertas.
Después de haber
desperdiciado la mayor parte del tiempo sin entregar al Alfarero el barro de su
voluntad, ¿estaría dispuesto a cooperar con él para llegar a ser un vaso para
su honra? Para ser susceptible a recibir
las impresiones divinas, oh, ¡cuánto tiempo debe quedar la arcilla en manos del
Alfarero y permanecer expuesta a los brillantes rayos de su justicia! Si se le da oportunidad para que actúe en la
vida, nada de origen terrenal y egoísta debe tolerarse a fin de que pueda
modelar la imagen divina. El espíritu de la verdad santifica la vida interior.
Cuando se comprende
la grandiosidad de su obra, incluso los pensamientos se sujetan a Cristo. Aunque supera nuestro entendimiento, es así
como obra. ¿Hay sabiduría en depender de las obras que realizamos? Dejemos actuar a Dios en nuestro favor. ¿Hay
alguna excelencia en la conducta y el carácter que pueda tener su origen en
seres humanos finitos? No, todo procede
de Dios, el gran centro o expresión del poder del alfarero sobre la arcilla.
Oh, que los
bendecidos por los tesoros de la verdad del Señor despierten para expresar de
corazón: "Señor, ¿qué quieres que yo haga?" (Hech. 9: 6). Cada vez hay más luz para alumbrar a toda
persona que desee compartirla con otros.
General Conference Daily Bulletin, 4
de febrero de 1893. 47
06. HUESOS SECOS VIVIFICADOS.
Y pondré mi Espíritu
en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra; y sabréis que
yo Jehová hablé, y lo hice, dice Jehová. (Ezequiel 37: 14).
No es el agente
humano el que inspira vida. El Señor
Dios de Israel hará esa parte avivando la actividad en la naturaleza
espiritualmente muerta. El aliento del
Señor de los ejércitos debe entrar en los cuerpos muertos. En el juicio, cuando se descubran todos los
secretos, se sabrá que la voz de Dios habló mediante el agente humano, despertó
la conciencia aletargada, conmovió las facultades muertas e impulsó a los pecadores
al arrepentimiento, a la contrición y al abandono de los pecados. Entonces se verá claramente que, mediante el
agente humano, se impartió fe en Jesucristo al alma que estaba muerta en
delitos y pecados y fue vivificada con vida espiritual.
Pero esta comparación
de los huesos secos no sólo se aplica al mundo, sino también a los que han sido
bendecidos con gran luz, pues éstos también son como los esqueletos del
valle. Tienen la forma de hombres, la
estructura del cuerpo, pero no tienen vida espiritual. Sin embargo, en la parábola los huesos secos
no quedan solamente unidos con apariencia de hombres, pues no es suficiente que
haya simetría entre los miembros y el organismo entero.
El aliento de vida debe vivificar los cuerpos
para que puedan levantarse y entrar en actividad. Esos huesos representan la casa de Israel, la
iglesia de Dios, y la esperanza de la iglesia es la influencia vivificante del
Espíritu Santo. El Señor tiene que
impartir su aliento a los huesos secos para que puedan vivir.
El Espíritu de Dios,
con su poder vivificante, debe estar en cada agente humano para que pueda
entrar en acción cada músculo y tendón espiritual. Sin el Espíritu Santo, sin el aliento de
Dios, hay embotamiento de conciencia, pérdida de vida espiritual. Muchos que carecen de vida espiritual tienen
sus nombres en los registros de la iglesia; pero no están escritos en el libro
de la vida del Cordero. Pueden figurar
en la lista de miembros pero no están unidos al Señor. Quizá sean diligentes en el cumplimiento de
determinados deberes, y ser considerados como seres vivientes; pero muchos
están entre los que tienen "nombres de que" viven, y están muertos.-
Comentario bíblico adventista, t. 4, p. 1187. 48
07. FORTALECIMIENTO INTERIOR.
Así que, hermanos,
deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si
vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las
obras de la carne, viviréis.
(Romanos 8:
12, 13).
La promesa del
Espíritu Santo no se limita a ninguna edad ni raza. Cristo declaró que la influencia divina de su
Espíritu estaría con sus seguidores hasta el fin. Desde el día del Pentecostés hasta ahora, el
Consolador ha sido enviado a todos los que se han entregado plenamente al Señor
y a su servicio. A todo el que ha
aceptado a Cristo como Salvador personal, el Espíritu Santo ha venido como
consejero, santificador, guía y testigo.
Cuanto más cerca de Dios han andado los creyentes, más clara y
poderosamente han testificado del amor de su Redentor y de su gracia
salvadora. Los hombres y las mujeres que
a través de largos siglos de persecución y prueba gozaron de una medida de la
presencia del Espíritu en sus vidas, se destacaron como señales y prodigios en
el mundo. Revelaron ante los ángeles y
los hombres el poder transformador del amor redentor.
Los que en
Pentecostés fueron dotados con el poder de lo alto, no quedaron desde entonces
libres de tentación y prueba. Como
testigos de la verdad y la justicia, repetidas veces eran asaltados por el
enemigo de toda verdad, que trataba de despojarlos de su experiencia
cristiana. Estaban obligados a luchar
con todas las facultades dadas por Dios para alcanzar la medida de la estatura
de hombres y mujeres en Cristo Jesús.
Oraban diariamente en procura de nuevas provisiones de gracia para poder
elevarse más y más hacia la perfección.
Bajo la obra del Espíritu Santo, aun los más débiles, ejerciendo fe en
Dios aprendían a desarrollar las facultades que les habían sido confiadas y
Llegaron a ser santificados, refinados y ennoblecidos. Mientras se sometían con humildad a la
influencia modeladora del Espíritu Santo, recibían de la plenitud de la Deidad
y eran amoldados a la semejanza divina. Los hechos de los apóstoles, pp. 40,
41. 49
08. RESTAURACIÓN DE LA IMAGEN DIVINA.
Y renovaos en el
espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la
justicia y santidad de la verdad. (Efesios 4: 23, 24).
En el plan de
restaurar la imagen divina en el hombre, se estableció que el Espíritu Santo,
como agente modelador, actuara en las mentes humanas como si fuera Cristo
mismo. Al aceptar la verdad, el hombre
recibe la gracia de Jesús, la que lo induce a consagrar sus habilidades
santificadas a la obra con la cual el Salvador se comprometió. De este modo, se convierte en un colaborador
de Dios y en un agente cuyo entendimiento brilla con la verdad. Quisiera preguntarle a la iglesia: ¿Ustedes
ya cumplieron con el plan de Dios de esparcir las preciosas joyas del evangelio
para dar a conocer la luz divina?
Al observar la acción
de los profesos seguidores de Dios, ¿qué pensarán sus ángeles cuando ven que la
iglesia de Cristo es tan lenta para dar a conocer la luz de la verdad al mundo
sumido en la oscuridad moral? Las
inteligencias celestiales saben que la cruz es el mayor centro de
atracción. Conocen que mediante la cruz
el hombre caído recibe la expiación que restablece la unidad con Dios. Los concilios celestiales miran a los que
profesan haber aceptado a Cristo como Salvador personal, para certificar si imparten
el conocimiento de la salvación a los que permanecen en tinieblas. Los observan para saber si están dando a
conocer el significado de la dispensación del Espíritu Santo, y cómo es que
mediante la obra de este agente divino, la mente del hombre, manchada y
corrupta por el pecado, puede desencantarse de las mentiras y representaciones
de Satanás, para aceptar a Cristo como Salvador y única esperanza.
Jesús dijo: "Yo
os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro
fruto permanezca" (Juan 15: 16).
Como embajadora de Cristo, imploro a los que lean estas palabras a que
presten atención cuando se los llame.
"Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones"
(Heb. 4: 7). Sin vacilar un instante,
pregunten: ¿Pertenezco a Cristo? ¿Qué significa Jesús para mí? ¿Cuál es mi
obra? ¿Cuáles son las características de los frutos que produzco? -Review and
Herald, 12 de febrero de 1895. 50
09. UN CORAZÓN NUEVO.
Os daré corazón
nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne
el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y
haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por
obra. (Ezequiel 36: 26, 27).
El corazón puede ser
la residencia del Espíritu Santo, y así como es posible que la paz de Cristo,
que supera toda comprensión, habite en el creyente gracias al poder
transformador de su gracia, también puede habilitarlo para participar en las
cortes de gloria.
Sin embargo, si el
cerebro, cada músculo y cada nervio es utilizado para servir al yo, el tal no
estará colocando a Dios y al cielo en primer lugar. Si las energías se invierten en el mundo,
será imposible tejer en el carácter las gracias de Cristo.
Usted podrá tener
éxito en amontonar fortunas para glorificar su yo. Sin embargo, recuerde que "donde esté
vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón" (Mat. 6: 21).
Los asuntos de interés eterno pueden ser considerados de importancia
secundaria. Hasta es posible participar
en las expresiones exteriores del culto y, sin embargo, el servicio ser una
abominación para el Dios de los cielos.
Es imposible servir al Señor y a las riquezas. Es facultad de cada uno rendir el corazón para
dedicar la voluntad, ya sea al servicio del Omnipotente, o poner todas las energías
a disposición del mundo. Dios no acepta
un servicio a medias.
"La lámpara del
cuerpo es el ojo; cuando tu ojo es bueno, también todo tu cuerpo está lleno de
luz" (Luc. 11: 34). Si el ojo es
sincero y posee orientación divina, la luz celestial brillará en el interior
del creyente que no siente atracción por las cosas terrenales. Los que depositan sus tesoros en el cielo
experimentarán cambios en los propósitos del corazón; escucharán los consejos y
las exhortaciones de Cristo, y también fijarán los pensamientos en la
recompensa eterna. Harán todos los
planes teniendo en cuenta el futuro y la vida inmortal. Usted será atraído por sus tesoros. No considere los intereses mundanales, sino
más bien en todos sus quehaceres silenciosamente pregunte: "Señor, ¿qué
quieres que yo haga?" (Hech. 9: 6). Review and Herald, 24 de enero de
1888. 51
10. SANTIFICAClÓN DE LOS LABIOS.
Y tocando con él
sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios,
y es quitada tu culpa, y
limpio tu pecado. (Isaías 6: 7).
Mediante su don
celestial, el Señor hizo amplia provisión para su pueblo. Un padre terrenal no puede dar ni transferir
al hijo un carácter santificado.
Únicamente Dios es capaz de transformarnos. Al soplar sobre sus discípulos, Cristo les
dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (Juan 20: 22). Este es el gran don del cielo. Mediante el Espíritu, el Señor impartió su
propia santificación, y dotó a los suyos de su poder para ganar conversos al
evangelio. De allí en adelante Cristo
viviría mediante sus capacidades y hablaría por intermedio de las palabras de
ellos. Los discípulos recibieron el
privilegio de saber que desde ese momento eran uno con el Señor. Deberían apreciar sus principios, y ser
controlados por su Palabra.
Lo que
dijeran procedería de un corazón renovado y sería expresado por labios
santificados. Dejarían de ser egoístas;
Cristo viviría y hablaría por su intermedio. Les dio la gloria que tuvo con el Padre, para que ellos y él pudieran
ser unos con Dios.
En las cortes
celestiales el Señor Jesús es nuestro gran Sumo Sacerdote y nuestro
Abogado. Los adoradores no aprecian la
solemne posición en la cual nos encontramos respecto a él. Para nuestro bien presente y futuro
necesitamos comprender esta relación. Si
somos hijos suyos, estaremos unidos unos a otros, y vinculados a la fraternidad
cristiana. Al estar ligados por el mismo
vínculo sagrado que une a los que son lavados en la sangre del Cordero, nos
amaremos unos a otros del mismo modo como él nos amó. Unidos a Dios en Cristo,
hemos de vivir como hermanos.
Gracias a Dios
contamos con un gran Sumo Sacerdote que ascendió a los cielos: Jesús, el Hijo
de Dios. Cristo no entró a lugares
santos hechos por mano del hombre, sino en la misma morada de Dios para
comparecer ante él por nosotros. En virtud
de su propia sangre ocupó los lugares celestiales una vez para siempre para
obtener eterna redención para los suyos. General Conference Bulletin, 1º de
octubre de 1899. 52
11. UNA MENTE RENOVADA.
No os conforméis a
este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro
entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena voluntad de Dios,
agradable y perfecta. (Romanos 12: 2).
La parte que al
hombre le compete en su salvación es creer en Jesús como Redentor perfecto, no
para otro sino para sí mismo. Debe
confiar, amar y temer al Dios del cielo.
Hay cierta obra que debe realizar.
Necesita la liberación del poder del pecado. Debe ser perfecto para toda buena obra. Su única seguridad de que está edificando su
casa sobre un fundamento sólido, está en cumplir las palabras de Cristo. Escuchar, hablar y predicar, sin hacer la
voluntad del Señor, es como construir sobre la arena.
Los que practiquen
las palabras de Jesús tendrán un carácter cristiano perfecto debido a que la
voluntad del Señor será la suya. Al
contemplar la gloria del Señor, como en un espejo, Jesús, la esperanza de
gloria, se reflejará en el creyente. Si
es convertido en tema de meditación, Cristo llegará a ser el propósito de las
conversaciones. El que lo contemple, deseará
reflejar su imagen de gloria en gloria, por el Espíritu del Señor. El hombre, ser caído, puede ser transformado
por efecto de la renovación de la mente y, de este modo, probar "cuál sea
la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Rom. 12: 2).
¿Es esto
posible? Sí, cuando el Espíritu Santo
toma posesión de la mente, del espíritu, del corazón y del carácter. ¿Dónde y
cómo se lo prueba? "Pues hemos
llegado a ser espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres"
(1 Cor.
4: 9).
Los frutos de la
verdadera obra realizada por el Espíritu Santo son evidentes en el
carácter. Así como un buen árbol da
buenos frutos, también el árbol que sea plantado en el huerto del Señor
producirá frutos para vida eterna. Los
pecados dominantes son abandonados, los malos pensamientos no tienen cabida en
la mente, y los hábitos pecaminosos son desalojados del templo interior. Las tendencias orientadas en un rumbo
equivocado son encaminadas en la dirección correcta. Las propensiones y los malos sentimientos son
desarraigadas. Los frutos que produce el
árbol cristiano son un temperamento santo y emociones santificadas, los cuales
son el resultado de una transformación completa. Esta es la obra que debe realizarse.-
Pamphlet 28, pp. 8, 9. 53
12. CRUCIFIXIÓN DEL YO.
Con Cristo estoy
juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora
vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:
20).
¿Hemos considerado
con sinceridad y seriedad si delante de Dios tenemos una actitud humilde para
que, por nuestro intermedio, el Espíritu Santo pueda obrar con poder
transformador? Como hijos de Dios
tenemos el privilegio de que el Espíritu actúe en nosotros. Cuando el yo es crucificado, el Espíritu toma
al quebrantado de corazón y lo transforma en una vasija honrosa. Queda en sus manos como la arcilla en poder
del alfarero. Jesucristo quiere dotar a
estos hombres y mujeres con un poder moral, mental y físico superior. Las gracias del Espíritu son las que dan
solidez al carácter, y, si ejercen una influencia para el bien, es gracias a
Cristo que habita en el creyente.
A menos que el
reavivamiento del Espíritu se produzca y el poder de conversión se manifieste
en las iglesias, todo lo que puedan profesar los feligreses jamás los hará
cristianos. Hay pecadores en Sión que
necesitan arrepentirse de los males que han acariciado como tesoros
preciosos. A menos que los vean, y los
extirpen, y que cada defecto y expresión de un carácter sin amor sea transformado
en virtud de la influencia del Espíritu, Dios no podrá manifestar su
poder. Hay más esperanza para un pecador
declarado, que para los profesos justos que son impuros, corruptos y sin
santidad.
¿Quién desea
examinarse? ¿Quién está dispuesto a señalar sus acariciados ídolos pecaminosos
y permitir que Cristo purifique el templo interior arrojando a los compradores
y vendedores? ¿Quién quiere dejar entrar a Jesús para que lo limpie de todo lo
que empaña y corrompe? La medida es:
"Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos
es perfecto" (Mat. 5: 48). Dios
ordena a hombres y mujeres que se liberen del yo; sólo así el Espíritu tendrá
libre acceso al corazón. Sin embargo, no
intente realizar esta obra por sí mismo.
Pídale a Dios que obre en usted, y también por su intermedio, hasta
hacer suyas las palabras del apóstol: "Ya no vivo yo, mas vive Cristo vive
en mí" (Gál. 2: 20).
Manuscript Releases, t. 1, pp. 366, 367. 54
13. TRANSFORMACIÓN DEL PENSAMIENTO.
Por los demás,
hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo
puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si
algo digno de alabanza, en esto pensad. (Filipenses 4: 8).
Cada creyente tiene
que realizar una obra individual. Para
ello necesita vigilar sus pensamientos, ser sobrio, y velar en oración. La mente debe ser fuertemente controlada para
que se espacie en los temas que fortalecen las facultades morales. La juventud debe comenzar desde la niñez a
desarrollar el hábito de pensar correctamente.
La mente tiene que ser disciplinada para que piense como
corresponde. No se le debe dar lugar
para que se espacie en temas pecaminosos.
El salmista exclamó: "Sean gratos los dichos de mi boca y la
meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía y redentor
mío" (Sal. 19: 14).
En la medida en que
Dios actúa en el corazón por intermedio de su Santo Espíritu, el hombre debe
cooperar con él. Los pensamientos deben
ser controlados y refrenados para que no sigan la tendencia a contemplar
asuntos que debilitan y corrompen al ser entero. Si deseamos que el cielo acepte las palabras
que expresamos, y que al mismo tiempo sean provechosas para quienes las
escuchen, la pureza debe caracterizar nuestra manera de pensar. Cristo increpó a los fariseos:
"¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la
boca. El hombre bueno, del buen tesoro
del corazón saca buenas cosas; y el hombre malo, del mal tesoro del corazón
saca malas cosas. Mas yo os digo que de
toda palabra ociosa que: hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del
juicio. Porque por tus palabras serás
justificado, y por tus palabras serás condenado" (Mat. 12: 34-37).
En el Sermón del Monte
Cristo expuso ante sus discípulos el gran alcance de los principios de la ley
de Dios. Enseñó a sus oyentes, que a
nivel de la mente, se infringe la ley antes que se realice el deseo pecaminoso.
Estamos obligados a mantener los pensamientos bajo control para ponerlos en
sujeción a la ley de Dios.
Review and Herald, 12 de junio de 1888. 55
14. TRANSFORMACIÓN DE LOS GUSTOS.
En cuanto a la pasada
manera de vivir, despojaos del viejo hombre,
que está viciado conforme a los
deseos engañosos. (Efesios 4: 22).
Juan dijo: "La
luz -Cristo- en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron
contra ella... Mas a todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre,
les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre,
ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios" (Juan 1:
5, 12, 13). La razón por la cual el
mundo incrédulo no será salvo está en que no desea ser iluminado. La antigua naturaleza nacida de sangre y de
los deseos de la carne, no puede heredar el reino de Dios. La desusada manera de ser, las tendencias
heredadas y los hábitos cultivados deben abandonarse, de lo contrario, no
seremos objetos de la gracia.
El nuevo
nacimiento consiste en tener nuevos motivos, otros gustos y tendencias
diferentes.
Mediante el Espíritu
Santo, todos los que sean engendrados para una nueva vida llegarán a ser
participantes de la naturaleza divina, y manifestarán su relación con Cristo en
todos sus hábitos y prácticas.
El que
pretende ser cristiano y mantiene sus propensiones y defectos de carácter, ¿en
qué se diferencia de los mundanos? Si no
aprecia la verdad que refina y santifica, no ha nacido de nuevo...
Nadie imagine que su
manera de ser no necesita un cambio. Los
que piensan de este modo, no están en condiciones de incorporarse a la obra de
Dios, porque no sienten la necesidad de procurar constantemente alcanzar normas
más elevadas y realizar continuos avances.
Nadie puede estar seguro, a menos que desconfíe de sí mismo y fije
continuamente su atención en la palabra de Dios, estudiándola con un corazón
dispuesto a descubrir sus propios errores, y captar cual es la voluntad de
Cristo para que ella sea hecha en sí mismo, y por su intermedio, también en
otros. Con sus hechos muestran que no
confían en sí mismos, sino en Jesús.
Sostienen y honran la verdad como sagrado tesoro capaz de santificar y
refinar. Se preocupan constantemente de
que sus palabras y hechos estén en armonía con esos principios. Su único temor y temblor es que algún resto
del yo sea idolatrado y, de este modo, sus defectos sean imitados por otros que
confían en ellos. Siempre están buscando
subyugar al yo, y alejarse de todo lo que tenga vestigios de egoísmo que pueda
desplazar la humildad y mansedumbre de Jesús.
Miran a Cristo con el propósito de crecer en él, intentando captar su
gracia y luz con el propósito de trasmitirla a otros.
Review and Herald, 12 de
abril de 1892. 56
15. SOMETER AL TEMPERAMENTO.
¿Quién es sabio y
entendido entre vosotros?
Muestre por la
buena conducta sus obras en sabia mansedumbre.
(Santiago 3:13).
En la escuela de
Cristo la humildad es uno de los principales frutos del Espíritu. La gracia santificadora que imparte el
Espíritu Santo, capacita al poseedor para dominar su temperamento impetuoso y
apresurado a fin de que permanezca bajo control en todo momento. Los que en forma natural son huraños y de
genio precipitado, harán los mayores esfuerzos a fin de dominar su temperamento
reprochable y cultivar la gracia de la mansedumbre.
Cada día irán adquiriendo mayor dominio
propio hasta lograr que la falta de afecto y de semejanza a Cristo sea
vencida. Asimilarán el Modelo divino
hasta poder obedecer el inspirado mandato: "Todo hombre sea pronto para oír,
tardo para hablar, tardo para airarse" (Sant. 1:19).
Cuando alguien dice
haber sido santificado, y en sus palabras y hechos representa la fuente de la
cual manan aguas amargas, con seguridad podemos afirmar que es un engañador.
Necesita aprender el alfabeto de lo que significa ser cristiano. Algunos de los que dicen ser siervos de
Cristo, por mucho tiempo han abrigado al demonio de la falta de bondad que esos
profanos acarician cuando se gozan en pronunciar palabras que desagradan e
irritan. Los tales necesitan convertirse
antes de que Cristo los acepte como hijos suyos.
La humildad es la
joya interior que Dios aprecia mucho. El
apóstol dice que es de más valor que el oro, y que las perlas o el más costoso
ropaje. Mientras los atavíos exteriores
hermosean únicamente a los cuerpos mortales, la mansedumbre es un ornamento
que, además de embellecer, conecta a la persona finita con Dios, que es
infinito. Este es el adorno que Dios
escogió para sí. El que engalana los, cielos
con la luz, por el mismo Espíritu prometió "hermosear a los humildes con
la salvación" (Sal. 149: 4). Los
ángeles celestiales registrarán como los mejores ataviados a quienes confían en
el Señor Jesucristo y caminan con él en mansedumbre y humildad de mente.
Review and Herald, 18 de enero de 1881. 57
16. ORGULLO QUEBRANTADO.
Digo, pues, por la
gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más
alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura,
conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. (Romanos 12: 3).
La aceptación de la
verdad es uno de los medios que Dios utiliza para santificar. Cuanto más claramente la entendamos, y más
fieles seamos en obedecerla, más humildes seremos en la estima propia. En consecuencia, más exaltado será el
concepto que tendrá de nosotros el universo celestial. Cuanto menos egoístas sean nuestros esfuerzos
en favor de Dios, seremos más semejantes a Cristo, y, como consecuencia, mayor
será nuestra influencia para el bien.
Hay una diferencia
abismal entre el espíritu del mundo y el de Cristo. Uno conduce al egoísmo, que se afana por los
tesoros que serán destruidos por el fuego en el día final, y el otro conduce al
renunciamiento propio y a la abnegación para obtener los tesoros imperecederos.
Cuando es recibido
por la fe, el Espíritu Santo quebranta los corazones contumaces. Esta es la esencia del poder santificador de
la verdad, la fuente de la fe que obra por amor y purifica el corazón. Toda verdadera exaltación nace de la
humillación desarrollada en la vida de Cristo, y demostrada en el maravilloso
sacrificio que realizó para salvar a los que perecen. El que es exaltado por Dios, primero se ha
humillado a sí mismo. El Padre ensalzó a
Cristo por sobre todo otro nombre, y sin embargo, al simpatizar con la raza
caída, primero descendió a las profundidades de la miseria humana a fin de
compartir su suerte con mansedumbre y bondad.
De este modo, estableció el ejemplo que deben seguir todos los que
desean participar en su servicio.
"Aprended de mí
-dijo el mayor de los Maestros que haya conocido el mundo-, que soy manso y
humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mat. 11:
29). No es suficiente leer la Palabra de
Dios. Nos fue dada para nuestra
instrucción; por eso debemos investigarla con diligencia y cuidado. Hay que estudiarla comparando un texto con
otro. Ella es la clave para su propia
interpretación. Mientras la estudiemos y
oremos, junto a nosotros estará el divino Maestro, el Espíritu Santo, para
iluminar nuestra comprensión a fin de que podamos entender las grandes verdades
de la Palabra de Dios. Pacific Union Recorder, 23 de febrero de 1905. 58
17. LIMPIANDO LA CASA.
Crea en mí, oh Dios,
un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. (Salmos 51: 10).
"Crea en mí un
corazón limpio". Este es un buen
comienzo, dado que el verdadero carácter cristiano tiene su fundamento en los
hechos que nacen en el corazón. Si
todos, feligreses y ministros, estudiaran sus corazones con el fin de descubrir
si es que están, o no, en armonía con Dios, veríamos mayores resultados en las
labores que realizamos. Cuanto más
importante, y de mayor responsabilidad sea la obra, mayor será la necesidad de
tener un corazón limpio. Esta gracia
imprescindible se provee para que el poder del Espíritu Santo apoye cada esfuerzo
que haga el creyente tendiente a lograr ese propósito.
Si cada criatura
buscara a Dios en forma diligente, habría mayor crecimiento en la gracia y
cesarían las disensiones. Los creyentes
serían de una mente y un corazón, y la pureza y el amor prevalecerían en la
iglesia. Somos transformados por la contemplación. Cuando más consideremos el carácter de
Cristo, mejor reproduciremos su imagen.
Ven a Jesús así como eres y él te recibirá, y pondrá una nueva melodía
en tus labios para que puedas alabar constantemente a Dios.
"No me eches de
delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu" (Sal. 51: 11). Tanto el arrepentimiento como el perdón son
dones de Dios que recibimos por medio de Cristo. Gracias a la influencia del Espíritu Santo
somos convencidos de pecado y sentimos la necesidad de perdón. Siendo que la gracia de Dios es la que
produce contrición, ninguno es perdonado a no ser por la gracia del Señor que
contrita el corazón. Puesto que conoce
nuestras debilidades y flaquezas, Dios está dispuesto a ayudarnos. El oye la oración de fe; sin embargo, la
sinceridad de la plegaria únicamente puede demostrarse si hay un real esfuerzo
personal de vivir en armonía con la gran norma que prueba el carácter de cada
persona.
Necesitamos abrir
nuestros corazones a la influencia del Espíritu y a la experiencia de su poder
transformador. La razón por la cual el
creyente no recibe más de la asistencia salvadora de Dios, se debe a que el
canal de comunicación entre él y el cielo está obstruido con asuntos mundanos,
y porque prima el amor a la ostentación y el deseo de supremacía. Mientras algunos se adaptan más y más a las
costumbres de este mundo, nosotros deberíamos amoldar nuestras vidas al modelo
divino. Cuando seamos fieles al pacto,
Dios restaurará la alegría de la salvación, y nos sostendrá mediante su
Espíritu libre. Review and Herald, 24 de junio de 1884. 59
18. UN CARÁCTER SEMEJANTE A CRISTO.
Porque habéis muerto,
y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. (Colosenses 3: 3).
Jesús es el modelo
perfecto. En lugar de complacer al yo y
de hacer lo que nos parece, tratemos de reflejar su imagen. El fue bondadoso y cortés, tierno y
compasivo. ¿Somos semejantes a él en estas virtudes? ¿Deseamos que nuestras
vidas tengan la fragancia de las buenas obras?
Lo que necesitamos es la sencillez de Cristo. Temo que un espíritu duro e insensible,
enteramente diferente del Modelo divino, haya tomado posesión del corazón de no
pocos. Esta conducta inflexible,
alimentada por muchos que la consideran una virtud, tiene que ser removida para
estar en condiciones de amar a otros, como Cristo nos amó a nosotros.
No es suficiente que
nos limitemos a la simple expresión de fe.
Se necesita más que un asentimiento nominal. Debe haber un conocimiento real; una experiencia
genuina en los principios de la verdad que está en Cristo. El Espíritu Santo debe obrar en el interior
para exponer estos principios a la fuerte luz de un conocimiento claro acerca
de ellos, y, al conocer su poder, dejar que actúe en la vida. La mente debe rendir obediencia a la real ley
de la libertad, que es impresa en el corazón y llega a ser entendida plenamente
gracias al Espíritu Santo. La expulsión
del pecado debe ser un acto del mismo ser, basado en el ejercicio de sus más
nobles facultades. La única libertad de
la cual puede disfrutar la voluntad finita está en ponerse en armonía con la
voluntad de Dios, cumpliendo con las condiciones que le permiten al hombre ser
participante de la naturaleza divina por haber huido de la corrupción que hay
en el mundo a causa de la concupiscencia...
El carácter humano,
deformado por el pecado, es depravado y terriblemente diferente del que tuvo el
primer hombre cuando salió de las manos del Creador. Jesús se propuso tomar la pecaminosa
deformidad humana y, en cambio, devolverle su propio carácter hermoso y
excelente. Se compromete a renovar todo
el ser mediante la verdad. El error no
puede realizar esta obra de regeneración; sin embargo, necesitamos tener visión
espiritual para poder discernir entre la verdad y la falsedad, a fin de no caer
en las trampas del enemigo.
Review and Herald, 24 de noviembre de 1885. 60
19. CON LA MENTE DE CRISTO.
Porque ¿quién conoció
la mente del Señor? ¿Quién le instruirá?
Mas nosotros tenemos la mente de
Cristo.
(1 Corintios 2: 16).
A medida que la
verdad convierte al hombre, comienza la transformación del carácter. Como resultado de la obediencia se produce el
aumento de la comprensión. La mente y la
voluntad de Dios llegan a ser las suyas, y al buscar permanentemente el consejo
de la Deidad, el discernimiento crece en forma constante. Bajo la dirección del Espíritu de Dios se
produce un desarrollo general de las facultades mentales que son consagradas a
él sin reservas.
Esta no es una
educación unilateral, que desarrolla sólo una parte del carácter. Al contrario, revela los principios del
desarrollo armonioso de todo el ser. Al
superar las debilidades del carácter vacilante, la piedad y la devoción
continua establecen tal relación con Jesús, que la persona llega a tener la
mente de Cristo. Además, al desarrollar
claridad de percepción, y también principios firmes y saludables, el creyente
llega a ser uno con Jesús, quien le imparte la sabiduría que procede de Dios,
fuente de toda luz y comprensión.
La gracia divina se
derrama sobre el ser humilde, obediente y concienzudo a semejanza del Sol de
Justicia, quien fortalece las facultades mentales de los que se esfuerzan en
utilizar los talentos al servicio del Maestro.
En forma admirable, y aunque parezca sin importancia, la obediencia
fortalece y hace crecer en el conocimiento de Jesús, práctica que habilita para
llevar muchos frutos en buenas obras para la gloria de Dios.
Fue así como los que han sido notables por
sus logros, aprendieron las más preciosas lecciones del ejemplo de quienes el
mundo considera ignorantes. Sin embargo,
éstos podrían haber tenido una visión más profunda si hubiesen obtenido niveles
más altos de conocimiento en la enseñanza formal y también en la escuela de
Cristo.
Cuando se estudia la
Palabra de Dios, se produce una notable apertura y fortalecimiento de las
facultades mentales. Mediante la
asimilación de las Escrituras, y gracias a la intervención del Espíritu Santo,
es como la verdad divina entra en el corazón para purificar y refinar todo el
ser. Review and Herald, 19 de julio de 1887. 61
20. PERMANECER EN ÉL.
Permaneced en mí, y
yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo,
si no
permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. (Juan 15: 4).
Debemos orar para que
se nos imparta el divino Espíritu, que es el único remedio para la enfermedad
del pecado. Las verdades de la
revelación, sencillas y fáciles de entender, son aceptadas por muchos como algo
que satisface lo que es básico y esencial para la vida. Pero cuando el Espíritu Santo actúa sobre la
mente, despierta el deseo más intenso por toda la verdad incorruptible. El que realmente desea conocerla, no permanecerá
en la ignorancia, ya que la preciosa verdad recompensa al que la busca con
diligencia. Necesitamos sentir el poder
de conversión de la gracia de Dios. Insto a todos los que se distanciaron de su
Espíritu a que destraben la puerta de sus corazones, y supliquen con fervor:
Habita en mí. ¿No deberíamos postrarnos ante el trono de la gracia para que el
buen Espíritu de Dios sea derramado sobre nosotros, tal como sucedió con los
discípulos? Su presencia ablanda
corazones endurecidos y los inunda de alegría y regocijo transformándolos en
canales de bendición.
El Señor desea que
cada uno de sus hijos sea rico de esa fe que es fruto de la actuación del
Espíritu Santo en la mente. Además de
habitar en cada creyente que desea recibirlo, al impenitente habla palabras de
advertencia para mostrarle a Jesús como el Cordero de Dios que quita el pecado
del mundo. También hace que la luz
brille en la mente de los que están deseosos de cooperar con Dios,
impartiéndoles eficiencia y sabiduría para realizar su obra.
El Espíritu Santo
jamás deja sin asistencia al que contempla a Jesús. Al que lo busca, le muestra las cosas que son
de Cristo. Si sus ojos permanecen fijos
en Jesús, la obra del Espíritu Santo no cesa hasta que el creyente es
conformado a la imagen del Maestro. En
virtud de la bendita influencia del Consolador, los propósitos y el espíritu
del pecador cambian hasta llegar a ser uno con Dios. Sus afectos por él aumentan, tiene hambre y
sed de su justicia, y, al contemplar a Cristo, es transformado de gloria en
gloria y de un carácter a otro mejor, hasta ser más y más semejante al Maestro.
Signs of the Times, 27 de septiembre de 1899. 62
21. CONTÉMPLALO A ÉL.
Mirad a mí, y sed
salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más.
(Isaías 45: 22).
Con el propósito de
cumplir con las exigencias de la ley, la fe debe aferrarse de la justicia de
Cristo aceptándola como nuestra justificación.
Gracias a la unión con Jesús, por fe, y mediante la aceptación de su
justicia, podemos ser calificados para el servicio de Dios, y coparticipar en
la obra del Señor. A fin de darle a la
justicia eterna el lugar que le corresponde, usted manifestará que no tiene fe
si está dispuesto a dejarse arrastrar por las corrientes pecaminosas, y si no
quiere cooperar con las agencias celestiales a fin de refrenar la transgresión
en su familia o en la iglesia.
La fe obra por amor y
purifica al ser entero. Por intermedio
de la fe, el Espíritu Santo actúa en el interior del corazón para santificarlo;
sin embargo, es imposible que pueda cumplir con su ministerio si el agente
humano no está dispuesto a obrar con Cristo.
Únicamente la obra del Espíritu Santo en el corazón nos preparará para
el cielo. Si deseamos tener acceso al
Padre, la justicia de Cristo debe ser nuestra credencial. Para que podamos obtenerla y ser partícipes
de la naturaleza divina, diariamente necesitamos ser transformados por la
influencia del Espíritu Santo, cuya misión es elevar el gusto y santificar el
corazón a fin de que todo el ser sea ennoblecido.
Desde tu interior
mira a Jesús. "He aquí el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo" (Juan 1: 29). Nadie está obligado a mirar a Cristo; sin
embargo, la voz que invita con gran súplica dice: "Mira y vive". Si contemplamos a Cristo, descubriremos que
ese amor no tiene igual, un amor que estuvo dispuesto a tomar el lugar de los
pecadores para imputarnos su justicia inmaculada.
Cuando el transgresor
sabe que por causa de la maldición del pecado el Salvador murió por él, al
reflexionar en ese acto piadoso, el amor despierta en su corazón. El pecador ama a Cristo, porque Cristo lo amó
primero. La esencia de la ley es el
amor. La persona que se arrepiente sabe que Dios "es fiel y justo para
perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" (1 Juan 1: 9). El Espíritu de Dios obra en el corazón del
creyente con el fin de capacitarlo para que haga avances de un nivel de
obediencia a otro más alto, de una fortaleza a otra más fuerte, y para que
ascienda de gracia en gracia en Cristo Jesús. Review and Herald, 1º de
noviembre de 1892. 63
22. COMPLETOS EN ÉL.
Y vosotros estáis
completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad. (Colosenses 2: 10).
Usted no podrá entrar
al cielo con ninguna deformidad o imperfección de carácter. Durante el período de prueba de la vida debe
recibir la preparación necesaria. Si
desea tener acceso a las moradas de la justicia cuando Cristo venga, ahora debe
ser objeto de la obra profunda del Espíritu Santo que se hace visible en la
experiencia personal. Esto lo hará
completo en Cristo, quien es la plenitud de la Divinidad corporalmente. En virtud del poder de la justicia de Cristo,
podemos abandonar toda iniquidad. Debe
haber una conexión viviente entre la criatura y su Redentor. El canal de comunicación entre ambos tiene
que permanecer continuamente abierto, para que el ser humano pueda crecer en la
gracia y el conocimiento de su Señor.
Sin embargo, cuántos
no oran. Sienten que están bajo los
efectos de la condenación del pecado, y siguen pensando que no pueden acercarse
a Dios, a menos que logren conseguir algún mérito o que él se olvide de sus
transgresiones. Dicen: "Como no
puedo presentarle manos santas, sin iras ni dudas, todavía no puedo
ir". De este modo permanecen alejados
de Cristo, y, mientras piensan así, están pecando, puesto que sin él nada bueno
podemos hacer.
El que comete un
pecado, inmediatamente debería correr al trono de la gracia para confesarlo a
Jesús. Al mismo tiempo, debería llenarse
de tristeza, porque el pecado debilita la espiritualidad, aflige a los ángeles celestiales,
y lastima y hiere el amante corazón del Redentor. Pero cuando con contrición le pida perdón,
crea que él ya lo perdonó. No ponga en
duda la gracia divina, ni rehuya el bálsamo de su amor infinito.
Si un hijo desobedece
y realiza algo condenable en contra suya, y luego con tristeza de corazón viene
a pedirle perdón, usted sabe perfectamente bien lo que haría. Seguramente lo acercaría a su pecho para
garantizarle que su amor no ha cambiado, y que la transgresión está perdonada.
¿Será que usted es más misericordioso que nuestro Padre que está en los cielos,
que dio "a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna" (Juan 3: 16)? Usted debería ir a Dios del mismo modo como
una criatura acude a sus padres. Pídale
perdón a Dios por sus errores, y ore para que por su gracia pueda superar todos
sus defectos de carácter.
Bible Echo, 1º de febrero de 1892. 64
23. DESCANSO EN ÉL.
Llevad mi yugo sobre
vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón;
y hallaréis
descanso para vuestras almas. (Mateo 11: 29).
Mientras usted anduvo
con mansedumbre y humildad de corazón, prosiguió la tarea que sólo Dios podría
realizar en su ser. Obró en su espíritu
tanto el querer como el hacer por su buena voluntad. El mayor placer reside en permanecer en
Cristo y descansar en su amor. No
permita que nada le robe la paz interior, la tranquilidad y la certeza de que
ahora mismo usted es aceptado. Aférrese
de cada promesa, todas le pertenecen si cumple con las condiciones que el Señor
estableció. Someter completamente a
Jesús todos sus caminos, es muy sabio; seguir la senda del Señor es el secreto
del perfecto descanso en su amor.
Darle la vida
significa mucho más de lo que podemos imaginar.
Debemos aprender de su mansedumbre y humildad antes de que podamos
darnos cuenta de lo que significa el cumplimiento de la promesa: "Y
hallaréis descanso para vuestras almas" (Mat. 11: 29). Como resultado de haber aprendido los hábitos
de Jesús, su humildad y su docilidad, cuando se toma el yugo, el yo es
transformado y nace entonces la deseo de saber más. No existe nadie que no tenga mucho que
aprender. Todos deben ser enseñados por
el Maestro. Cuando el creyente se
entrega en las manos del Señor, cada obstáculo del carácter heredado o
cultivado es eliminado.
Así es como llega a ser participante de la naturaleza
divina. Sólo cuando muere el yo, Cristo
puede vivir en el agente humano. El
creyente habita en Cristo, y Jesús en él.
Cristo desea que
todos lleguen a ser estudiantes suyos.
Dice: "Acepta mis enseñanzas; rinde a mí todo tu ser. No voy a anularte, sino que quiero
desarrollar tu carácter para que estés en condiciones de recibir el pase del
nivel primario a una escuela superior.
Somete a mí todas tus cosas. Deja
que mi vida, mi paciencia, mi resignación, mi clemencia, mi mansedumbre y mi
docilidad puedan ser reproducidas en tu carácter como resultado de habitar en
mí y yo en ti. Entonces no sólo
recibirás las promesas, sino que también "hallaréis descanso para vuestras
almas" (Mat. 11: 29).
Bible
Training School, 1º de agosto de 1903. 65
24. HECHOS A SU IMAGEN.
Por tanto, nosotros
todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.
(2 Corintios 3: 18).
En su glorificada
humanidad Jesús ascendió al cielo para interceder en favor de los agobiados por
el pecado y por los que padecen luchas interiores. "Porque no tenemos un
sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que
fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de
la gracia" (Heb. 4: 15, 16).
Continuamente deberíamos estar mirando a Jesús, el Autor y el Consumador
de la fe. Al contemplarlo seremos
transformados a su imagen, y nuestro carácter llegará a ser semejante al
suyo. Deberíamos regocijarnos de que el
juicio haya sido dado al Hijo, quien, gracias a su humanidad, pudo
familiarizarse con todas las dificultades que acosan al ser humano.
En la medida que
aprendamos en la escuela de Cristo, y al ir asimilando su espíritu y su mente,
seremos santificados y llegaremos a ser partícipes de la naturaleza
divina. "Por tanto, nosotros todos,
mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos
transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del
Señor" (2 Cor. 3: 18). Es imposible
que uno cambie como resultado de sus propias facultades y esfuerzo. Sólo por el
Consolador. el Espíritu Santo, que Jesús prometió enviar al mundo, puede
producirse la transformación del carácter a la imagen de Cristo; y al lograrse
este cambio, como en un espejo reflejaremos la gloria del Señor. La persona que observa el carácter del que
contempla a Jesús ve la misma semejanza como si estuviera viéndolo a él en un
espejo. ímperceptiblemente para nosotros, nuestra manera de ser y actuar
diariamente es transformada a la imagen del amoroso carácter de Cristo. De este modo es como crecemos en Jesús e
inconscientemente reflejamos su carácter.
Los cristianos
profesos se mantienen muy cerca de los niveles más bajos de la tierra. Sus ojos están acostumbrados a mirar sólo
cosas comunes, y sus mentes a reflexionar en lo que los ojos se habitúan a
contemplar. Generalmente su experiencia religiosa es superficial e
insatisfactoria, y sus palabras son livianas y sin valor. ¿Cómo pueden en esas
condiciones reflejar la imagen de Cristo? ¿Cómo podrán difundir los brillantes
rayos del Sol de Justicia en los lugares oscuros de la tierra? Ser cristiano es
ser semejante a Cristo.
Review and Herald, 28 de abril de 1891. 66
25. COOPERAR CON EL ESPÍRITU.
Por tanto, amados
míos, como siempre habéis obedecido, no como en mi presencia solamente, sino
mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y
temblor. (Filipenses 2: 12).
"De modo que si
alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí
todas son hechas nuevas" (2 Cor. 5: 17).
Nada, a no ser el poder divino, puede regenerar el corazón humano e
infundir al creyente el amor de Cristo a fin de que lo manifieste a otros por
los cuales él también murió. El fruto
del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre
y templanza.
Cuando Dios convierte a una
persona le da nuevas inclinaciones por las cosas morales, y nuevas y poderosas
motivaciones para que pueda apreciar lo mismo que Dios ama. Su vida queda asegurada por la dorada cadena
de las inmutables promesas de Cristo. El
amor, el regocijo, la paz y una gratitud inexpresable llenarán el ser entero;
la expresión del que recibe estas bendiciones será: "Tu benignidad me ha
engrandecido" (Sal. 18: 35).
Sin embargo, los que
sin esfuerzo alguno de su parte esperan ver un cambio mágico en su carácter,
sufrirán un chasco. Los que acuden a
Cristo, mientras lo contemplen, no tienen razones para temer, ni tampoco
motivos para poner en duda su capacidad de salvar hasta lo sumo. Constantemente deberíamos desconfiar de
nuestra vieja naturaleza, que puede reconquistar la supremacía, si el enemigo
logra hacernos caer en alguna trampa inventada para que volvamos a ser cautivos
suyos.
Debemos obrar nuestra
propia salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en nosotros produce
así el querer como el hacer por su buena voluntad. Con nuestro poder limitado
tenemos que llegar a ser tan santos en nuestra esfera como Dios lo es en la
suya. Según nuestras capacidades,
debemos dar a conocer la verdad, el amor y la excelencia del carácter divino. Así como la cera recibe la impresión del
sello, el creyente debe registrar la impronta del Espíritu de Dios para retener
la imagen de Cristo.
Diariamente debemos
crecer en amor espiritual. En nuestros
esfuerzos por copiar el Modelo divino podremos tener fracasos frecuentes, y
quizá muchas veces tengamos que inclinarnos para llorar a los pies de Cristo a
causa de nuestros negligencias y errores.
Pero no debemos desanimarnos; necesitamos orar con mayor fervor, creer
más, y volver a probar en forma más resuelta con el propósito de poder crecer a
la semejanza de nuestro Señor.-
Signs of the Times, 26 de diciembre de 1892. 67
26. LIBRE DE LA MALDIClÓN DEL PECADO.
Más ahora que habéis
sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios,
tenéis por vuestro fruto
la santificación, y como fin, la vida eterna.
(Romanos 6: 22).
El Señor quiere que
los suyos sean sanos en la fe: que no ignoren la gran salvación que les es
ofrecida tan abundantemente. No han de
mirar hacia adelante pensando que en algún tiempo futuro se hará una gran obra
en favor suyo, pues es ahora cuando se la completa. El creyente no es exhortado a que haga paz
con Dios. Nunca lo ha hecho ni jamás
podrá hacerlo. Ha de aceptar a Cristo
como su paz, pues con Cristo están Dios y la paz. Cristo dio fin al pecado llevando su pesada maldición
en su propio cuerpo en el madero, y ha quitado la maldición de todos lo que
creen en él como un Salvador personal.
Pone fin al poder dominante del pecado en el corazón, y la vida y el
carácter del creyente testifican de la naturaleza genuina de la gracia de
Cristo.
A los que le piden,
Jesús les imparte el Espíritu Santo, pues es necesario que cada creyente sea
liberado de la corrupción, así como de la maldición y condenación de la
ley. Mediante la obra del Espíritu
Santo, la santificación de la verdad, el creyente llega a ser idóneo para los
atrios del cielo, pues Cristo actúa dentro de él y la justicia de Cristo está
sobre él. Sin esto, ningún alma tendrá
derecho al cielo. No disfrutaríamos del
cielo a menos que estuviésemos calificados para su santa atmósfera por la
influencia del Espíritu y la justicia de Cristo.
A fin de ser
candidatos para el cielo, debemos hacer frente a los requerimientos de la ley:
"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con
todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo"
(Luc. 10: 27). Sólo podremos hacer esto
al aferrarnos por fe de la justicia de Cristo.
Contemplando a Jesús recibimos en el corazón un principio viviente y que
se expande; el Espíritu Santo lleva a cabo la obra y el creyente progresa de
gracia en gracia, de fortaleza en fortaleza, de carácter en carácter. Se amolda a la imagen de Cristo hasta que en
crecimiento espiritual alcanza la medida de la estatura plena de Cristo
Jesús. Así Cristo pone fin a la
maldición del pecado y libera al alma creyente de su acción y afecto. Mensajes
selectos, t. 1, pp. 462, 463. 68
27. SANTIFICADOS, MAS NO SIN PECADO.
Mas por él estáis
vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría,
justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El que
se gloría, gloríese en el Señor. (1 Corintios 1: 30, 31).
Necesitamos
establecer la diferencia entre la santificación falsa y la genuina. La santificación no es meramente profesar y
enseñar la Palabra de Dios, sino vivir conforme a su voluntad. Los que creen estar sin pecado, y hacen
alarde de su santificación, desconocen el peligro en que se encuentran por
confiar en sí mismos. Se apoyan en la
suposición de que habiendo experimentado una vez el divino poder de la
santificación, están libres del riesgo de caer.
Creyendo ser ricos, y pensando que no necesitan nada, ignoran que son
miserables, pobres, ciegos y desnudos.
Sin embargo, los que
verdaderamente han sido santificados, tienen un concepto muy claro acerca de su
debilidad. Conscientes de su necesidad,
acuden a la fuente de gracia y fortaleza que está en Cristo, el único en quien
reside toda la plenitud y puede satisfacer sus necesidades. Al ser conscientes de sus imperfecciones,
buscan la manera de llegar a ser más semejantes a Jesús y de vivir en mayor
armonía con los principios de su santa ley.
La permanente sensación de incapacidad los conduce a depender
enteramente de Dios, quien les permite ejemplificar la obra del Espíritu. Los tesoros del cielo están disponibles para
atender las necesidades de todos los que interiormente sienten hambre y
sed. Los que experimentan esto tienen la
certeza de que un día contemplarán las glorias de ese reino que la imaginación
apenas ahora puede concebir.
Los que ya sintieron
el poder santificador de Dios no deben caer en el peligroso error de pensar que
están libres del pecado, que ya alcanzaron los niveles más elevados de la
perfección, y que, por lo tanto, están fuera del alcance de la tentación. La norma de todo creyente debería ser mantener
un carácter puro y bondadoso como el de Cristo.
Día tras día podrá añadir nuevas bellezas, y reflejar al mundo más y
cada vez más la imagen divina.
Bible Echo, 21 de febrero de 1898. 69
28. CRECIMIENTO CONTINUO.
Más la senda de los
justos es como la luz de la aurora,
que va en aumento hasta que el día es
perfecto.
(Proverbios 4: 18).
A un costo infinito
se hizo provisión para que podamos alcanzar la perfección del carácter
cristiano. Los que han tenido el privilegio
de escuchar la verdad, y, gracias al Espíritu Santo recibieron la impresión de
aceptar las Escrituras como la voz de Dios, no tienen excusas por ser pigmeos
en la vida religiosa. Mediante el
ejercicio de las facultades que Dios nos ha dado, diariamente debemos aprender
a recibir, sin interrupción, el poder y el fervor espirituales provistos para
los verdaderos creyentes. Si deseamos
ser plantas crecidas en el huerto del Señor, en verdad necesitamos tener una
constante provisión de vida espiritual.
Entonces, el desarrollo se producirá en la fe y el conocimiento de
nuestro Señor Jesucristo. No existen
términos medios para desentendernos de nuestra responsabilidad. Con el fin de desarrollar un carácter
religioso sólido, debemos mantener nuestro avance rumbo al cielo.
La medida que
recibamos del Espíritu Santo estará en proporción a la dimensión de nuestros
deseos, a la fe ejercida por ellos, y al uso que hagamos de la luz y del
conocimiento que se nos dio.
El Espíritu
Santo será impartido de acuerdo con la capacidad que cada uno desarrolle para
recibirlo, y para darlo a conocer a otros.
Cristo dijo: "Todo aquel que pide, recibe; y el que busca
halla" (Luc. 11: 10).
El que realmente
busca la preciosa gracia de Cristo, estará seguro de no ser defraudado. La promesa la hizo Uno que no nos
decepcionará. No es una teoría o una
máxima religiosa, sino un hecho, como lo es la ley del gobierno divino. Podemos estar seguros de recibir el Espíritu
Santo, si individualmente tratamos de experimentarlo al someter a prueba la
Palabra de Dios. El es verdad; su orden
es perfecto.
"El que busca, halla;
y al que llama, se le abrirá" (Luc. 11: 10).
La luz y la verdad brillarán de acuerdo con
nuestro deseo interior.
¡Oh, que todos seamos hambrientos y sedientos de su
justicia, y que podamos ser saciados!
Review and Herald, 5 de mayo de 1896. 70
29. VICTORIA PASO A PASO
Así que, yo de esta
manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea
el aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que
habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. (1 Corintios
9: 26, 27).
Dios conduce a su
pueblo paso a paso. La vida
cristiana es una marcha y una
batalla. En esta guerra no hay tregua. El esfuerzo debe ser constante y
perseverante. Mediante la lucha
persistente es como se obtiene la victoria sobre las tentaciones de
Satanás. La integridad cristiana se
logra buscándola con avidez y con irresistible energía, y se la mantiene en
virtud de una definida resolución de propósitos...
El cristianismo tiene
un tema que debe ser enseñado, una ciencia mucho más profunda, amplia y alta
que todas las disciplinas humanas y más elevada que el cielo. Dadas nuestras inclinaciones, si deseamos
servir a Dios, primero la mente debe ser educada, adiestrada y
disciplinada. Hay tendencias al mal que
tenemos que superar. Algunas han sido
heredadas y otras cultivadas. Con
frecuencia, hay que descartar la capacitación y la educación de toda una vida
si uno desea aprender en la escuela de Cristo.
El corazón debe ser educado para que esté firme en Dios. Hay que cultivar hábitos de pensamiento que
capaciten para resistir la tentación.
Tenemos que aprender a mirar hacia arriba.
Los principios de la Palabra de Dios -tan
elevados como los cielos, y que abarcan la eternidad-, deben entenderse e
incorporarse a nuestra vida. Cada hecho,
cada palabra y cada pensamiento tiene que estar en armonía con ellos.
Los preciosos dones
del Espíritu Santo no se desarrollan en un momento. El valor, la fortaleza, la mansedumbre, la fe
y la confianza inconmovible en el poder de Dios para salvar, se adquieren por
la experiencia de los años. En virtud a
una vida de esfuerzos santos y de una firme adhesión a los principios rectos,
es como los hijos de Dios sellarán su destino.
No tenemos tiempo que
perder. No sabemos cuán pronto
finalizará el tiempo de gracia. La
eternidad se extiende delante de nosotros. El telón está a punto de levantarse.
Cristo pronto volverá. Los
ángeles de Dios están tratando de sustraernos de nosotros mismos y de las cosas
terrenales. No permitamos que trabajen
en vano.
Testimonies, t. 8, pp. 313, 314. 71 RP EGW MHP
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