*Esta palabra no hace más
importante al cuarto mandamiento que a los otros nueve. Todos lo son igualmente. Quebrantar uno, es
quebrantarlos todos (Sant. 2: 8-11).
Pero el mandamiento del día de
reposo nos recuerda que el séptimo día, el sábado, es el descanso señalado por
Dios para el hombre, y que ese reposo se remonta hasta el mismo comienzo de la
historia humana y es una parte inseparable de la semana de la creación (Gén. 2:
1-3; PP 348).
Carece por completo de base el
argumento de que el sábado fue dado al hombre por primera vez en el Sinaí.
(Mar. 2: 27; PP 66, 67, 263).
En un sentido personal, el sábado
se presenta como un recordativo de que en medio de los afanes apremiantes de la
vida no debiéramos olvidar a Dios.
Entrar plenamente en el espíritu del sábado es
hallar una valiosa ayuda para obedecer el resto del Decálogo.
La atención especial y la dedicación dadas, en
este día de descanso, a Dios y a las cosas de valor eterno, proveen un caudal
de poder para obtener la victoria sobre los males contra los cuales se nos
advierte en los otros mandamientos.
El sábado ha sido bien comparado a un puente
tendido a través de las agitadas aguas de la vida sobre el cual podemos pasar
para llegar a la orilla opuesta, a un eslabón entre la tierra y el cielo, un
símbolo del día eterno cuando los que sean leales a Dios se revestirán para
siempre con el manto de la santidad y del gozo inmortales.
Debiéramos "recordar"
también que el mero descanso del trabajo físico no constituye la observancia
del sábado. Nunca fue la intención que
el sábado fuera un día de ociosidad e 616 inactividad.
La observancia del sábado no
consiste tanto en abstenerse de ciertas formas de actividad como en participar
deliberadamente en otras. Dejamos la
rutina semanal del trabajo sólo como un medio para dedicar el día a otros
propósitos.
El espíritu de la verdadera
observancia del sábado nos inducirá a aprovechar sus horas sagradas procurando
comprender más perfectamente el carácter y la voluntad de Dios, a apreciar más
plenamente su amor y misericordia y a cooperar más eficazmente con él ayudando
a nuestros prójimos en sus necesidades espirituales. Cualquier cosa que contribuya a esos
propósitos primordiales es apropiada para el espíritu y la finalidad del
sábado. Cualquier cosa que contribuya en primer lugar a la complacencia de los
deseos personales de uno o a la prosecución de los intereses propios, es tan
ajena a la verdadera observancia del sábado como un trabajo común. Este
principio se aplica tanto a los pensamientos y a las palabras como a las
acciones.
El sábado nos remonta a un mundo
perfecto en el remoto pasado (Gén. 1: 31; 2: 1-3), y nos advierte que hay un
tiempo cuando el Creador, otra vez, hará "nuevas todas las cosas"
(Apoc. 21: 5).
También es un recordativo de que
Dios está listo para restaurar, dentro de nuestros corazones y de nuestras
vidas, su propia imagen tal como era en el principio (Gén. 1: 26, 27).
El que entra en el verdadero
espíritu de la observancia del sábado se hace así idóneo para recibir el sello
de Dios, que es el reconocimiento divino de que el carácter del Eterno está
reflejado perfectamente en la vida del hombre (Eze. 20: 20).
Una vez cada semana tenemos el feliz privilegio
de olvidar todo lo que nos recuerde este mundo de pecado, y
"acordarnos" de las cosas que nos acercan a Dios. El sábado puede llegar a ser para nosotros un
pequeño santuario en el desierto de este mundo, donde por un tiempo podemos
estar libres de sus cuidados y podemos entrar, por así decirlo, en los gozos
del cielo. Si el descanso del sábado fue
deseable para los seres sin pecado del paraíso (Gén. 2: 1-3), ¡cuánto más
esencial lo es para los falibles mortales que se preparan para entrar de nuevo
en esa bendita morada!
CBA